Viajo en un tren con solo dos paradas, la vida y la muerte, que jamás para. En la vida todos embarcan y sin mirar a nadie se sientan en las butacas, las suyas son mas cómodas que las nuestras, porque ellos son los nuevos y acaban de iniciar el viaje, un corto viaje.
Yo siempre me siento en la butaca izquierda, supongo que por eso dicen que soy zurda. A la mayoría de los pasajeros le gusta mas la derecha y son llamados diestros, y en dicho lugar espero un tiempo que he perdido. Lo cierto es que desconozco mi destino y mi paradero. Todos lloran antes de bajarse de este tren, pero cuando lo están haciendo parecen felices o algunos no muestran sentimiento alguno en sus rostros. Al bajar parece que caen a la vía y hay muchas teorías sobre lo que en la última parada encuentran, muchos lo llaman el cielo o Dios, pero yo no me creo ninguna y tengo la mía propia.
Mi parada todavía no ha llegado y espero que tarde en llegar muchos años, aunque a veces pienso que a lo mejor se esta mejor ahí fuera, pero, ¿y si me equivoco?. ¡Ya no tendría vuelta atrás! A algunos les ocurre, se equivocan y se bajan antes de tiempo, por despiste, porque desean bajarse o porque los obligan los revisores a los que se dice que no hay que mirarles a la cara; otros, al contrario que éstos, no quieren bajarse y se hacen los dormidos cuando llegan a su parada, y por lo tanto, la pierden, pero después de eso, suelen durar poco más, porque los revisores los obligan a bajarse en la siguiente para dejar asientos libres a los nuevos que siempre nos miran como asombrados.
Una vez, le pregunté a uno que acababa de llegar si recordaba de donde venía y me respondió que solo conoce lo que aqui dentro ha vivido. Lo mismo que me ocurre a mí, que me hago continuas preguntas sabiendo que jamás en esta vida obtendré respuesta.